Cuando abrí los ojos me sentí perdida, ¿dónde estaba? El techo se abalanza contra mí como si fuera a aplastarme, ¿que había pasado? Lo último que recuerdo es la cena con Jorge: estábamos en un restaurante cerca de mi casa, después no sé que pasó. La cabeza me dolía, intentaba mantener los ojos abiertos pero me costaba, tenía que ir al baño. Con dificultad me levanté de la cama y me dirigí hacia la puerta: estaba cerrada. Caminé hacia la ventana, intenté abrirla sin éxito, pequeños candados habían sido puestos minuciosamente; respiré hondo y reprimí las lágrimas. El cuarto estaba prácticamente vacío, sólo una cama lo adornaba. Busqué un objeto para romper el vidrio sin encontrar ninguno, intenté una patada, pero fue inútil, sólo logré lastimarme el tobillo. Comencé a gritar y golpear la puerta con desesperación y fuerza. De pronto se me nubló la vista, perdí el equilibrio, caí al suelo y me pegué en la cabeza. El dolor me aturdió, cerré los ojos e intenté pensar: ¿habrá sido Jorge quien me trajo aquí? ¿Dónde estaba? ¿Por qué me sentía tan mal? Apenas lo conocía, había salido tres veces con él, la primera cuando me invitó un café después del curso, la segunda en mi casa, donde ofreció hacerme de cenar y donde yo le ofrecí quedarse a dormir. Jorge era el primer hombre con el que salía después de varios años; a mis treinta no había tenido muchas relaciones serias por culpa de mi trabajo, y, cuando lo conocí el panorama me cambió por completo. Hasta ahora todo había ido de maravilla, hasta ahora….
Me levanté, más mareada que antes; fui a una esquina y orine en el piso, el charco comenzó a expandirse por todos lados. No me importó, busqué mi bolsa y la encontré tirada junto a la cama, habían vaciado mi cartera y mi celular no estaba. Un dolor punzante me atacó de nuevo, llevé ambas manos a la cabeza.
Comencé exigir a gritos que me abrieran. Guardé silencio y escuché un ruido muy sutil; pegué la oreja a la puerta con la intención de identificar la proveniencia del sonido, me mare de nuevo.
Se abrió la puerta, una mujer rubia de ojos claros de unos cincuenta años apareció detrás, traía una bandeja con un plato de huevos fritos y otro de fruta. Me quedé unos segundos mirándola, la empujé y comencé a correr; la mujer cayó de bruces, esperaba que estuviera inconsciente. Me topé con unas escaleras, las bajé con rapidez, al llegar a su base una puerta apareció delante de mi, intenté abrirla sin éxito. Me quedé de pie sin saber que hacer. El tiempo corría, debía salir de ahí. Encontré la cocina, había una pequeña ventana encima de la estufa, tomé una silla y me subí hasta lograr abrirla, el corazón me dio un vuelco cuando descubrí que afuera no había mas que árboles y perros guardianes. No importaba, prefería ser atacada por los perros a permanecer encerrada en este lugar.
–No lo entiendes, te estamos protegiendo –se escuchó una voz a lo
lejos.
–Mierda –exclamé en voz alta.
Metí la cabeza por la ventana pero era demasiado pequeña, iba a ser imposible que escapara por ahí, por mi mente pasaron muchas cosas ¿si tomaba un cuchillo y mataba a la señora? Y, ¿los perros? Amaba los animales era incapaz de hacerle daño a alguno, pero si se trataba de mi vida...
Encontré un cuchillo grande, lo tomé con fuerza, la mano me temblaba. Apareció una silueta delante de mí, me costó trabajo darme cuenta que se trataba de la mujer rubia, quien sonreía como si la situación le divirtiera.
–Suelta eso– me ordenó –, puedes hacerte daño.
Por un momento bajé la guardia, vi el cuchillo que tenía en la mano y lo dejé en la barra de la cocina. La sonrisa de la mujer se hizo más grande.
Reaccioné de inmediato y tomé el cuchillo de nuevo. La mujer no se movió.
–¿Estás loca? me tienes encerrada aquí y encima me ordenas que suelte esto– dije mientras levantaba amenazante el cuchillo.
–Él no estará nada contento con tu comportamiento –aseveró.
Me asusté, no era lo mismo enfrentarme a Ella que a Él.
–Ábreme la puerta o te clavo esto –la amenacé.
La mujer dio unos pasos hacia mí, su seguridad me hizo pensar que tenía un arma.
–¿Qué quieres de mi? –dije bajando el cuchillo.
–Que te comas el desayuno.
Me quedé muda ante su respuesta, el miedo comenzó a invadirme, me faltaba el aire y me temblaban las piernas. Mi visión se hizo más estrecha, mi pensamiento más rápido. Respiré hondo. No me enfrentaba a una situación fácil, pero no era momento de paralizarme. Comencé a calmarme, tenía claro que no iba a llegar a nada con esta mujer.
–¿Acaso no sabes dónde estas? –me dijo la mujer de pronto. Comencé a dudar, ¿Acaso lo sabía? El miedo me invadió de nuevo. Sin pensar dos veces qué hacer contesté amenazante:
–Mire señora, o me deja salir o…
Se abrió la puerta, un hombre alto y fornido vestido de negro se nos quedó mirando a ambas.
–Te dije que la mantuvieras quieta –habló enojado dirigiéndose a la mujer.
Era bien parecido , de nariz recta y ojos claros, en la mano cargaba un maletín café oscuro. Me quede mirándolo sin parpadear, ¿cómo podría vencer a un hombre de semejante tamaño? Había estudiado artes marciales desde pequeña, pero no podía hacer nada contra un hombre de noventa kilos.
–Suelta eso Laskia –me ordenó de forma autoritaria.
¿Cómo sabía mi nombre? ¿Quién era? ¿Por qué estaba pasando esto?
–No, ábreme la puerta o de verdad la mato –amenacé mientras me acercaba a la señora y le apuntaba en el pecho con el cuchillo.
El hombre sonrió, tenía una sonrisa preciosa, no se le marcaba ni una sola arruga , tan sólo un pequeño surco en la mejilla derecha. ¿cómo podía estar pensando en lo guapo que era mi secuestrador? Cuando era eso, mi secuestrador. Dio unos pasos hacia mí, yo giré y lo encaré, cuchillo en mano. Él sonrió de nuevo, me desconcentré un poco al observarlo de cerca, tanto, que bajé un poco la guardia. Sin pensar, me abalancé contra él y dirigí el cuchillo a su cuello, él me arrebató el arma y me propino una cachetada que me tiró al suelo. Las lágrimas se me salieron, baje la cabeza y comencé a llorar. Mis gemidos hacían eco en las paredes de la casa y la señora reía. El hombre se acercó a ella y la golpeó con fuerza en la cara, la señora dejó de reír y cayó al suelo junto a mi. Yo la miré con lástima, levanté un brazo para reconfortarla, pero unas manos fuertes me levantaron del suelo con violencia.
–Te lo advertí Laskia.
Se me hizo un nudo en la garganta, comencé a temblar.
–Si quieres salir, con gusto te llevo, pero sola no irás a ningún lado. No dije nada, suspiré y me rendí a la fuerza que provenía de sus manos. Pensé en mis padres, seguramente estaban muy preocupados, ellos no merecían esto. El hombre aflojó un poco mis manos y me levantó con cuidado. El dolor de cabeza había aumentado y la vista se me nubló de nuevo.
–Sé que esto es difícil para ti, pero pronto lo entenderás –dijo mientras me ponía una mano en la frente, después de eso no supe nada más.
Me levanté cuando era de noche y se escuchaba a lo lejos el ruido de los grillos. Una vez más necesitaba ir al baño.
Me dirigí a la puerta, para mi sorpresa estaba abierta. Se escuchaban voces, bajé las escaleras lo más silencioso posible y me quede quieta, escuchando:
–¿Cuanto tiempo tenemos? –inquirió una voz que reconocí al instante.
–Poco, pero estamos a tiempo. Debes de tener cuidado con lo que dices, en un momento de furia puedes llegar a revelar cosas que no debe saber.
–La verdad de alguna manera la sabe –dijo la voz conocida.
–Pero no en el contexto humano, lleva tanto en la Tierra que poco le queda de anakim.
Me acerqué un poco más para asegurarme de que la voz que había escuchado provenía de quien yo imaginaba, al dar el paso me tropecé y caí justo frente de los dos hombres. Me invadió un coraje inexplicable, pero entendí mi torpeza al analizar todo lo que había sentido desde que desperté en este lugar, seguramente me habían drogado.
–Hola Laskia –dijo el hombre de ojos claros–, puedo imaginar que escuchaste parte de nuestra conversación.
El hombre vestía una playera blanca y vaqueros negros, tenia los brazos musculosos
–Sé que nuestro encuentro en la mañana no fue muy agradable, espero poder reivindicarme contigo –Al hombre que permanecía junto a él lo reconocí al instante.
–A ti te voy a matar en cuanto pueda –le dije a Jorge con rabia–, te juro que no me voy a cansar hasta verte muerto.
–No te enojes Laskia –me contestó, sonriente–, mejor come algo y deja de comportarte como una niña.