Laskia comenzó a comer con desesperación, estaba famélica, sentía que habían pasado meses desde haber sido tomada prisionera. Dos noches parecían una eternidad. Jorge, frente a ella, la contemplaba sin perderle detalle. Le dedicó una sonrisa, la misma que la había cautivado desde el inicio.
El demonio se puso en pie y dirigió sus pasos hacia la estufa, prendió una de las parillas y observó el fuego, las llamas aumentaron hasta casi tocar el techo. Le dio la espala a la chica y se quitó la camisa; poseía un torso musculoso y bien formado, un tatuaje enorme cubría toda su espalda. Laskia contó dieciocho estrellas repartidas en tres hileras de seis.                                                                                               –¿Lo reconoces? –le preguntó, divertido.
Laskia miró el dibujo a detalle, cada tres segundos se movían unos pocos centímetros para después acomodarse de nuevo. Sacudió la cabeza, confundida. Centró su atención en su distribución: seis arriba, seis en medio, seis abajo: seis seis seis.
Guardó silencio en un intento de ignorarlo, desvió mirada hacia su plato y se llevó un bocado a la boca, el ya conocido vértigo la atacó.
–Necesito un cigarro –le exigió a Jorge.
El hombre abrió un cajón de la cocina y sacó una cajetilla nueva. Laskia fue por ella, sacó un cigarro y lo prendió con el fuego de la estufa. Pretendía demostrarle a Jorge que no la intimidaba.
–Eso es más de demonio que de ángel –comentó él, disgustado.
Laskia le dedicó una mirada de desprecio.
–Me importa muy poco tu opinión – le contestó sin ocultar su enojo.
Jorge soltó una carcajada, le quitó la cajetilla y la aventó al fuego.
–El precio por estar aquí es muy alto, querida, debo de cuidar este cuerpo o seré castigado por las huestes celestiales –aseguró, cínico y río de nuevo.
–Sabes –continuó–, los admiramos por siglos, quisimos ser como ustedes –hizo una pausa–. Pero creo que la vida es más divertida de la otra manera.
Laskia no sabía el significado de esas palabras, no comprendía a quienes se refería: “los admiramos por años.”
–No solo eres un hijo de perra, también un enfermo mental –comentó Laskia de forma despectiva.
A Jorge le cambió el semblante, lo había hecho enfadar.
Se escuchó el chirrido de la puerta de la cabaña, unos pasos firmes se acercaron a la cocina. Salomón se detuvo al observar las llamas, sus ojos brincaron de Jorge a Laskia; hizo una mueca.
La chica se estremeció. Salomón resultaba intimidante pero extremadamente atractivo. Su cercanía le parecía deliciosa y a la vez peligrosa. ¿Por qué le pasaba esto? Se preguntó, molesta por tener esas sensaciones incontrolables.
–Ven, Laskia, es hora de descansar un poco– le dijo Salomón al tenderle una mano.
Laskia miró su plato en un intento de ignorar a su secuestrador, quien, al no obtener respuesta, anduvo hacia ella, tomó su brazo y la obligó a levantarse. Cuando la mano del hombre hizo contacto con la de ella, sintió algo similar a una descarga eléctrica. Instintivamente la retiró y murmuró:
–Mierda.
Jorge emitió una media sonrisa y chasqueó la lengua. Salomón lo perforó con la mirada y le hizo una seña para demostrarle su descontento.
Laskia se tambaleó un poco, las fuertes manos de Salomón la asieron de la cintura para evitar su caída.
–Es demasiado –le espetó a Jorge
Laskia ya no escuchaba, todo se puso negro.
–Solo le dupliqué la dosis, estaba muy despierta –respondió levantando los hombros.
El hombre negó con la cabeza, cargó a Laskia y reparó en sus senos, con los pezones erectos por su contacto. Sonrió y se alejó de la cocina hacia la habitación de Laskia.

La princesa de la luz. Capítulo 3 Moprayla. Capítulo 2