Zafariel caminaba nervioso en la terraza de sus aposentos. De vez en vez, observaba el cielo con la intención de encontrar respuestas en las estrellas.
–No puedo ver nada, ni siquiera su esencia –se repetía así sí mismo. Sus enormes alas rozaban con el borde del balcón, la luna azul resplandecía como nunca y el segundo sol salía al lado oeste de su mundo.
Atardecer y anochecer, un fenómeno constante que ocurría en el pequeño planeta Leverú, lugar donde habitaban los anakims: un astro lleno de vida, con seres dedicados a cuidar al igual que sus vidas, la naturaleza. La transición luz–oscuridad de este peculiar planeta, se lograba gracias a su rápida rotación.
Un pequeño lagarto se posó en el borde de la terraza, su color verde le hizo recordar a Zafariel la vegetación de la Tierra. Con cuidado, lo tomó entre sus manos y miró con curiosidad los pequeños ojos del reptil, le acarició el lomo con un dedo para después liberarlo.
–Es increíble como lograron sobrevivir en nuestro medio –habló una voz aguda detrás de él.
Zafariel esbozó una sonrisa
–Es de los pocos recuerdos que poseo de ella, ya casi olvidé su cara.
–Podrás olvidar su apariencia, aquella que le diste para estar en la Tierra, pero siempre la recordarás –dijo el ángel con alas delicadas y blancas, ojos claros y sonrisa perfecta.
El ángel soltó un suspiro.
–Me preocupa no sentirla, es cómo si se hubiera metido a un bunker lleno de plomo, no percibo ni una pizca de su energía.
Ariel bajó la mirada, tomó la mano de Zafariel y la entrelazó con la suya.
–Siempre podremos intentar la concepción de otro hijo, deja que ella viva una vida humana –pidió.
–Es nuestra hija Ariel, la primera y la única. Si al menos no le hubiera dado tanta responsabilidad –se reprochó.
Ariel se acercó a Zafariel y besó su mejilla. Ella no lo olvidaba, nunca lo olvidaría, tanta pasión, tanta lujuria…
–Hiciste lo que tenías que hacer, para salvarla, para salvarnos.
Zafariel se apartó y observó el horizonte.
–La condené a algo que no escogió.
Ariel le tomó la mano para posarla sobre su pecho.
–Este corazón late gracias a las decisiones que tomaste. Hiciste lo correcto.
–Pronto será su cumpleaños –agregó el gobernante de Leverú–. ¿Cómo sabremos si está preparada?
Ariel se acercó más a él hasta quedar a pocos centímetros de su cara.
–Es nuestra hija, la sangre de anakim corre por sus venas. No necesita estar preparada, nació para ello –aseguró con una sonrisa.
Zafariel plegó sus alas, frunció el ceño y tomó las manos de Ariel.
–Nadie está preparado para la guerra, querida, nadie.

Moprayla. Capítulo 1 La princesa de la luz. Capítulo 4 (parte 1)