Anya bajó la mirada y se frotó las manos, estaba transpirando. Le agobiaba el destino desconocido de su hermana y el de su hijo. Hizo el juramento como se lo pidió la soberana y prestó atención.
–Lo que estoy por contarte lo saben el consejo y la jefa de las guardianas, a quienes conociste hoy en el bosque –agregó Everún un poco más relajada.
–Sí, Madre –se limitó a responder con la mirada baja.
Everún apagó su pipa y se acomodó en la silla. Ahora los pájaros estaban quietos, distribuidos en distintas partes de la casa.
–Hace muchos años las mujeres de Moprayla vivíamos con los hombres, ellos cuidaban de nuestros hijos, ayudaban en las labores domésticas y servían a sus esposas como fieles compañeros de vida. El mandato estaba a cargo de Raye, famosa por ser una excelente soberana. Todos los reinos respetaban el Reino de Moprayla. Sus guerreras eran temerarias, sus magas invencibles y sus hombres los más valorados por las mujeres de otros reinos. Se decía que cualquier hombre enamorado de una mujer de Moprayla viviría feliz durante el resto de su vida. Pero las mujeres en Moprayla sabían escoger, y antes de un casamiento Raye tenía que dar su visto bueno: si no le gustaba el candidato, éste era desterrado para jamás volver.
“Todos vivían en armonía, los hijos crecían sanos y fuertes, el conocimiento de la magia era transmitido de madres a hijas, hasta que un día todo cambió: Raye, acompañada por tres de sus guerreras, descubrió a uno de los hombres con una mujer que no era la suya. Ya había sucedido antes, pero nunca en estas condiciones: la mujer estaba siendo tomada por la fuerza, con tal violencia y descaro que Raye no pudo contener su rabia y mató al hombre, pero al hacerlo no se percató de que su pequeño hijo lo observaba todo.
“Sin piedad, cegada por la ira, Raye decidió desterrar a todos los hombres de Moprayla. Reunió a sus hijas y frente a los pájaros azules les hizo jurar que nunca más un hombre volvería a ver los frutos de su tierra. Después de un tiempo se dio cuenta de que la población de Moprayla envejecía, las grandes hechiceras con la edad se volvían más débiles y vulnerables. Fue entonces cuando se establecieron los ciclos reproductivos. Raye ideó un conjuro para que sólo en noches de luna nueva las hijas de Moprayla pudiesen concebir. Con los años las magas habían aprendido que bajo la luz de esa luna se concebían únicamente mujeres.”
Anya no conocía esa parte de la historia de su pueblo, pensaba que siempre habían vivido de esa forma con los hombres sirviendo únicamente para mantener su especie; pero eso no le importaba ahora, sentía curiosidad por aquel niño que había presenciado el asesinato de su padre y por el destino de Lathia.
–Aquel niño, mi querida Anya, es Rashmún hijo de Sidán, rey de Derkraven, fundador y soberano de la Orden Oscura –había rabia en la voz de Everun.
Anya había escuchado sobre la Orden Oscura, pero no le habían explicado su origen. Por otro lado, no entendía la relación de esa historia con lo acontecido por la mañana.
–¿Cómo logró el hijo de Sidán fundar la Orden Oscura? –preguntó Anya.
–No es tan sencillo de explicar. Cuando un hombre común y una mujer de Moprayla procrean, hay la mitad de probabilidades de que el bebé sea un varón. Cuando es mujer, se celebra durante cuatro días y cuatro noches, pues como bien sabes, heredará los poderes de su madre. Pero cada tanto, un hombre nace con los poderes de su madre, y Rashmún es uno de ellos. En ese entonces, los hombres convivían con nosotras, y cuando sucedió aquella tragedia nadie había detectado ni una pizca de magia en su interior. Al ser exiliado del reino, se dedicó a vagabundear y a robar.
“No se volvió a saber de él hasta que un día un ejército de escorpiones invadió nuestro reino, arrasando árboles, casas y personas. A la cabeza del ejército estaba Rashmún, quien lanzaba hechizos jamás escuchados. Desde entonces se supo que ese niño había heredado la magia de su madre, y era nuestro enemigo.
“Es por eso, niña, que a los hombres no les está permitido pisar estas tierras, pero el juramento ha sido quebrantado por una de nuestras hijas”.
–Lathia –aseguró Anya en voz baja. Ahora entendía por qué le había hablado sobre Raye.
–Así es, Lathia trajo a un hombre a nuestro reino, unió su cuerpo con el Oscuro utilizando magia negra para crear un niño de mal corazón. Lathia, hija mía, ha traicionado a tus Hermanas, y se ha unido a la Orden Oscura.
–¿Qué pasó con el hijo de Lathia? ¿qué hicieron los lobos con él?
Everún permaneció en silencio, miró a Anya fijamente y se levantó de su silla:
–El hijo de tu hermana ha sido desterrado del reino –desvió la mirada al decir estás palabras.
–¿Por qué no desterrarlos juntos? –preguntó Anya indignada.
–Lathia ya era parte de la Orden Oscura antes de que esto sucediera, todo fue calculado para que ese niño naciera hombre, fue manipulado con magia negra. Eso, Anya, es una de las peores traiciones hacia nuestro clan.
Anya no respondió, no entendía cómo habían manipulado la magia, como habían creado a un ser oscuro. Everún la miró fijamente y añadió:
–En la magia negra se utilizan conjuros prohibidos, se usan animales para sacrificios, y uno de ellos, muy buscado por el enemigo, es el pájaro azul.
Anya supo que uno de los pájaros había sido utilizado por Lathia, sintió náuseas de tan solo pensarlo… Su propia hermana secuestrando a una criatura sagrada para la magia de su reino.
–Esa es la razón por la que desde hace muchos años –continuó Everún–, los pájaros azules se encuentran bajo mi custodia. Ellos, hija, son los dadores y guardianes de nuestra magia. Ahora habrá que protegerlos con mayor recelo, pues serán cazados y a los oscuros no les importará exterminarlos. Su finalidad es terminar con la magia pura, la que poseemos las mujeres de Moprayla. Estos pájaros, Anya, son nuestro legado y nuestro futuro, sin ellos no existiría una gota de energía en nuestros bosques ni en nuestras almas.
Anya imaginó maneras horribles para obtener la magia de los pájaros, no quería saber los detalles. Everún caminó hacia una ventana, por donde se veía el espeso bosque de su reino, después giró y observó uno a uno a los pájaros, con preocupación.
–Ellos no quieren escucharlo –había tristeza en la voz de la soberana.
Anya asintió, pensó en los lobos y en el bebé de Lathia custodiado por ellos.
Everún dio una calada a su pipa y observó a Anya con determinación, la joven iba a decir algo cuando la soberana la interrumpió.
–El hijo de Lathia no será asunto de discusión en Moprayla, llevaba la sangre empapada de oscuridad. Ese niño hubiera sido una amenaza para todas tus Hermanas, hubiese acabado con cada una de ellas –la voz de Everún reflejaba furia, decepción y dolor.
Anya sintió un nudo en la garganta, se le pusieron los ojos llorosos pero contuvo el llanto.
Se escuchó un gran revuelo fuera de la casa. De inmediato entró Nabila, agitada y jadeando hizo una reverencia a la soberana. Everún miró a Anya y con un gesto le indicó que las dejara solas. La chica obedeció, pero no del todo, se quedó cerca de una ventana para escuchar.
–Madre, quisiera disculparme por mis malos modales, pero este asunto es de suma importancia. Debo decirle lo que está pasando –dijo Nabila alarmada.
–Dime, hija, puedo intuir de qué se trata, vi volar a los negros desde mi ventana, sé que no se avecina nada bueno.
–Así es, Madre, hemos visto cientos de escarabajos negros anunciando la llegada de malas noticias. Intenté leer sus pensamientos, pero estaban tan aturdidos y asustados que sólo pude percibir miedo y angustia en sus corazones. Decidí adentrarme en el bosque, donde comencé a escuchar el llamado desesperado de los lobos. Entonces apareció Tessa, cojeando de una pata y con el hocico lleno de sangre. Nos contó que un grupo de coyotes robó el cuerpo del bebé. Pero no eran coyotes normales, eran negros y grandes como un oso. Mataron a varios de nuestros lobos. Tessa intentó salvarlos, pero la fuerza de los coyotes era mucho mayor que la de su especie.
–¿Cuántos eran? –cortó Everún a Nabila.
–Tessa pudo ver a cinco, Yago logró herir a uno de gravedad, está en las afueras del campamento intentando detenerlo, pero nuestros lobos piden ayuda, la fuerza de esta bestia es muy superior a la de ellos.
–Reúne a Mawale y Fedora, irán contigo a controlar al coyote, después me lo traerás aquí –le ordenó.
Nabila salió con rapidez de la casa y llamó a Mawale y Fedora. Anya se escondió detrás de una roca para no ser descubierta.
–Hermanas, tenemos que apresurarnos al territorio de Eleobar.
–No te esperaba tan pronto, mi querido rey –dijo el Oscuro observando las llamas de la chimenea.
La mujer lo miraba fijamente. Era delgada, de largo cabello negro y ojos celestes; vestía una túnica idéntica a la de Rashmún, pero de tela más ligera.
Akhrón dio unos pasos al frente y encaró al mago.
–Controla a tus espíritus para que mis súbditas puedan entrar a tu reino.
Rashmún giró, sonrió, levantó la mano y dijo algo en un idioma extraño.
–Las doradas no pueden entrar al castillo –le aseguró el mago–, esta conversación nos atañe sólo a nosotros.
Akhrón mantuvo su atención en la mujer. Rashmún la miró y con un gesto le indicó que los dejara solos.
Akhrón levantó la cola y tenazas, y se acercó al Oscuro.
–No hay por qué ser descortés cuando no se te ha invitado –le reclamó Rashmún con voz tenue–. Dejaré pasar a las hembras si es lo que quieres, pero no entrarán a esta habitación.
–Acepto el trato, pero cualquier movimiento en falso clavaré mi aguijón directo en tu corazón, y ninguna magia podrá salvarte –lo amenazó.
Rashmún esbozó una sonrisa: siempre había admirado la fuerza y valentía de Akhrón, era un aliado importante, no era prudente seguir discutiendo.
–Mi viejo amigo –dijo Rashmún dándole la espalda–, sé a qué has venido y tengo las respuestas a todas tus preguntas.
La sombra del mago se reflejaba en el suelo, se hacía más grande.
–Prometiste mandar a uno de los tuyos a Kermak, llevamos siete días esperando noticias del hechizo que realizarías en uno de mis hijos –replicó Akhrón.
–Lo sé, pero por ahora no ha sido posible, utilizamos el último pájaro para crear uno de los nuestros, pero hemos fallado –las llamas de la chimenea aumentaron de tamaño.
Rashmún se dirigió a la puerta y pronunció unas palabras para abrirla, detrás estaba la mujer de ojos celestes, la tomó de la mano y la condujo hacia rey escorpión.
–Ella es Lathia, antes hija de Moprayla, ahora hija de Derkraven. Se unió a nosotros hace algunos meses para ayudarnos. En su vientre creció la semilla de la magia, una magia poderosa y fuerte que significaba el futuro para muchos de nosotros. Pero su soberana ha descubierto nuestros planes, arrancó a nuestro hijo de sus manos y lo entregó a los lobos. Nuestra tristeza es profunda, mi querido rey, ya que ese niño hubiera sido capaz de sembrar la magia en los de tu raza y ahora yace muerto en la tumba de mis antepasados.
–Era parte del trato, Rashmún. Pasé muchos años esperando con paciencia tu llamado. Una de mis hembras acudió a ti y no he tenido noticias de ella. No has cumplido tu promesa: has traicionado al pueblo de Kermak.
Rashmún sonrió de nuevo.
–Tu desconfianza no es más que el reflejo del temor –lo calmó el mago y habló sobre el bienestar de su hembra y su ubicación en el castillo. Después le explicó que no les había sido posible usar la magia, la única manera de hacerlo era a través de un pájaro azul.
–No queríamos utilizar a nuestro último pájaro para ello. Tenemos miedo de que la magia escape de él al morir y no podamos recuperarla. Nunca antes se ha conocido un artrópodo con magia, y no sabemos qué puede pasar si realizamos la ceremonia en uno de tu especie. Es necesario hacer varios conjuros antes de correr tal riesgo. Espero que lo entiendas.
Akhrón levantó la cola de nuevo y caminó, amenazante, hacia el mago; la única razón de su alianza con Rashmún era dar origen a un escorpión digno de gobernar Kermak, pero también estaba al tanto de que, si se enemistaba con él, todas sus esperanzas se desvanecerían. En los últimos días había tenido sueños en donde su pueblo perecía.
–En esta ocasión creeré en tus palabras, pero si no cumples tu promesa, la ira de Kermak caerá sobre ti y sobre los tuyos –lo amenzaó.
Rashmún soltó una carcajada siniestra, se levantó de su silla y dijo:
–Nadie podrá vencernos si estamos juntos, pero si decides romper la alianza morirás, y tu pueblo se quedará sin un rey digno de gobernarlo. No me subestimes, Akhrón, mi paciencia tiene límites.
Akhrón se alejó unos pasos y bajó la cola.
–Nuestra alianza continúa –le aseguró.
Cuando Mawale y Fedora aparecieron en Eleobar, escucharon a lo lejos los aullidos desesperados de uno de los lobos. Corrieron en su auxilio. Al llegar vieron que Yago estaba siendo arrastrado por un coyote gigante. Con un conjuro, Fedora inmovilizó a la bestia. Mawale se acercó lo suficiente para tirarle encima una red. Al lado del coyote estaba Yago, jadeando y temblando; había perdido mucha sangre. Nabila se reunió con ellas, se aproximó a Yago y dejó caer sobre él toda la fuerza de su poder. Nabila era una excelente sanadora, Everún había sido su maestra durante años. En cuestión de segundos, el lobo comenzó a respirar lentamente, los temblores cedieron y cayó en un profundo sueño. Fedora le dedicó una mirada llena de resentimiento al coyote, podía sentir el odio con el que había sido creado, era producto de la Orden Oscura. Tessa lo observaba todo, Fedora le dedicó una reverencia, se apoyó sobre sus rodillas y acarició el lomo de la loba.
Tessa le contó lo ocurrido: se habían llevado al niño y muchos miembros de la manada habían muerto por defender el cadáver. Fedora la tranquilizó, le pidió que se resguardaran junto con los suyos en Moprayla. Tessa aceptó, Eleobar no era un sitio seguro, los adoradores de Beotufel sabían dónde encontrarlos. Llamó a los otros miembros con un aullido y partieron a Moprayla en compañía de las magas.
Caminaron toda la tarde, en condiciones normales los lobos hubieran llegado en un par de horas, pero en esta ocasión, por los heridos, tuvieron que ir más despacio. Al atardecer vieron los límites de Moprayla. Era imponente: los árboles se unían unos con otros para formar una barrera impenetrable, ni siquiera la luz del sol lograba atravesarla. Cerca de los límites del reino, la vegetación era más abundante, incluso en pleno invierno crecían flores; era un espectáculo increíble. Sólo algunos miembros de la manada de Eleobar habían conocido Moprayla. Los que no habían tenido esa suerte entraban maravillados.
Los lobos heridos recobraron el aliento. Sus dolores disminuyeron y lograron avanzar con mayor velocidad. Un lobo joven se acercó a Tessa y le preguntó:
–¿Por qué estamos sanando?
–Moprayla es un reino mágico, protegido por los pájaros azules. Es un reino distinto a los demás; la magia ilumina cada esquina de su territorio, una magia pura. Es tanta la energía de este lugar que las heridas sanan con mayor rapidez, los árboles crecen y alcanzan dimensiones inimaginables. Moprayla es el reino de la vida.
El lobo hizo una reverencia y se retiró lentamente. Llegaron a la barrera de árboles. Mawale bajó al coyote con violencia, se escuchó un golpe que estremeció a los presentes. Ató a la bestia con una liana mientras decía unas palabras mágicas para mantenerlo dormido. Nabila articulo unas palabras y obligó a los árboles a mover sus ramas, un pequeño pasadizo se abrió ante ellos. Poco a poco los miembros de Eleobar entraron en Moprayla, con la cabeza y la cola bajas admiraron el bosque; los árboles se erguían a más de cien metros de altura, sus ramas estaban llenas de hojas, sus troncos cubiertos de flores. No había nieve y el canto de los pájaros se escuchaba fuerza, podían jurar que entraba la primavera.
Tessa se detuvo y se volvió hacia la manada; les advirtió que no podrían cazar dentro de ese reino.
La manada hizo una reverencia a la loba alfa y continuaron el paso.
Mawale se adelantó con Fedora a la casa de Everún. Era necesario darle noticias de lo acontecido, curar a Yago y tomar medidas lo antes posible. Habían dejado al coyote fuera del reino y corrían el riesgo de que el conjuro se desactivara y la bestia quedara libre.
Nabila guió a los lobos al centro del reino y les indicó que esperaran. Las magas de Moprayla estaban acostumbradas a tratar con los lobos de Eleobar, pero nunca habían visto a toda la manada junta. Eran cuarenta, su pelaje variaba, unos lo tenían plateado o rubio, y muchos tenían una mezcla de colores metálicos que los hacía ver aún más hermosos. Sus cabezas eran más grandes que las de los lobos normales, su tamaño era imponente, a dos patas rebasaban la altura de un hombre y sus colmillos eran ocho en vez de cuatro. Eran majestuosos, nobles, hermosos, incluso más inteligentes que muchos hombres. Constituían los últimos de su raza, una raza que sobrevivió miles de años, una raza superior de lobos incondicionales a la magia de Moprayla.
Anya se dirigió de prisa hacia el centro del reino cuando escuchó que los lobos estaban en Moprayla, siempre los había admirado pero nunca había tenido contacto con ellos. Se acercó con cautela, una loba joven la observaba con curiosidad. Sin dudar, se aproximó hacia Anya con las orejas gachas. Su pelo era blanco y una mancha café cubría la mayor parte de su lomo. Sus ojos azules la miraban con ternura, como si quisiera decirle algo. Anya se agachó para acariciar a la loba, quien comenzó a lamer su mano. El animal estaba herido, su pata trasera tenía varias marcas de colmillos.
–Te curaremos, pequeña –le aseguró.
La loba bajó la cabeza y cayó agotada al suelo. Los demás miembros de la manada se acercaron a la joven, ella contempló al grupo de lobos y su mirada los tranquilizó.
–La llevaré a sanar sus heridas –les comentó en voz alta.
Los lobos la observaban fijamente. Anya ayudó al animal a levantarse y a caminar hasta la casa de su madre. Al llegar, Fedora no estaba, y la loba respiraba con dificultad. Sus lecciones de magia habían iniciado hacía poco, pero ya sabía algunos conjuros que podían salvarle la vida. Se concentró y pronunció unas palabras. La debilidad se apoderó de su cuerpo, pero no cedió. La loba abrió los ojos al mismo tiempo que movía la cola de un lado a otro. Anya le dedicó una sonrisa y se desmayó.
Era de noche cuando Anya despertó; se encontraba sola, la loba se había marchado. El crujir de las hojas llamó su atención, entonces su madre entró y la observó con detenimiento.
–Eso que hiciste es muy peligroso, no estás preparada para usar la magia, pudiste haber matado a Kaina –le reclamó.
–¿Kaina? –preguntó Anya frunciendo el entrecejo. No le importaba haber usado su magia, ella estaba bien.
–Esa loba es hija de Yago y Tessa, le heredera de Eleobar.
–¿Se encuentra bien?
–Muy bien, hija mía. Los lobos están muy agradecidos contigo, sus heridas eran profundas y la sanaste por completo. Tienes un don.
Anya vio la expresión desconcertada de su madre, como si ese don la condenara a algo, a un destino que ella no había escogido. Le dolía la cabeza y no quería pensar. Cerró los ojos para caer en un profundo sueño.