Habían pasado varios años desde la última reunión del consejo, tantos que incluso muchas de las brujas no recordaban bien a sus miembros. Las más jóvenes no sabían siquiera de su existencia. La reunión se debía a la amenaza constante de los magos oscuros. Glibenka, la jefa del reino, conocía bien el peligro, había dedicado su vida a estudiarlos y analizarlos minuciosamente; estaba consciente de lo que eran capaces de hacer. Su gente se exponía a un ataque en cualquier momento. Nelúa, su mano derecha, fue preparada durante años en el arte de la adivinación. Poseía la capacidad de adentrarse en dimensiones descocidas, planos que le mostraban el futuro.
Los rumores de la convocatoria corrían por todo el lugar. Brisalea, una maga joven amiga de Nelúa, escuchaba atenta a las preguntas de otra hechicera.
–¿Que está pasando? ¿Por qué todas se dirigen a la entrada?
Brisalea la contemplaba con aire ausente, se tronaba los dedos de las manos y miraba constantemente el cielo
–Se reunirá el consejo y estamos esperando a uno de sus miembros –contestó la bruja. La chica siguió la mirada de Brisalea. Cientos de pájaros revoloteaban de un árbol a otro. Acudían a sus nidos para sacar a sus polluelos y llevarlos hacia las ramas más altas.
Nelúa tomó la delantera, y, con los brazos extendidos, contempló a las aves.
Brisalea contuvo la respiración. Las brujas transitaban de un lado a otro, se resguardaban bajo las rocas, se mimetizaban con los arbustos o tomaban sus escobas para adentrarse en las copas de los abetos y pinos. Nelúa mantenía la compostura, sus ojos, fijos en la bóveda celeste, casi no parpadeaban. Un ligero temblor atacaba de vez en vez sus piernas. El tremor de sus extremidades aumentó cuando vio los troncos de los árboles mecerse de un lado a otro en un baile impaciente y peligroso. Algunas ramas comenzaron a caer obligando a Nelúa a retroceder. Glibenka apareció a su lado, una ligera sonrisa se dibujó en sus labios cuando miró de reojo la entrada secreta del reino.
Al cabo, las ramas cesaron su movimiento. Nelúa palideció. El tremor de su cuerpo llegó hasta sus labios. Quiso correr, pero sus piernas no se lo permitieron. Lo vio cruzar las puertas del reino, se erguía frente a ella como una gran sombra, sus ojos verdes la observaban fijamente.
Se escuchó un grito de terror. Brisaela, resguardada detrás de un cerezo, exclamaba repetitivamente:
–Kelluth, eres un demonio poderoso, ¡Ya no la necesitas! ¡Ya no te pertenece!
El demonio se aproximó a Nelúa. Varios árboles cayeron a su paso, el cielo se tornó gris y los pájaros dejaron de trinar.
Nelúa retrocedió hasta toparse con Glibenka, quien, con mano firme, evitó su huida.
–¿No ha sido siempre lo que has querido? –inquirió Glibenka con voz suave–. Por fin estarán juntos, querida.
Nelúa bajó la mirada, atribulada. No soportaba ver al demonio, no lo toleraba. Tomó aire y lo sacó con lentitud. La cordura regresó a ella y, con voz temblorosa, respondió:
–Él ya no es lo que era antes. Lo amaré por siempre, pero decidió convertirse en demonio antes de seguir a mi lado.
Nelúa levantó la vista hasta encontrarse con los ojos verdes del demonio. Glibenka sonrió enseñando sus blancos dientes y empujó a Nelúa hacía Kelluth. La bruja no podía moverse, la fuerza que la lanzaba superaba la de ella.
Kelluth le olfateó el cuello, los brazos y el abdomen. Se detuvo en su boca y exhaló. Un olor putrefacto le llegó de golpe. La maga contuvo el vómito. Intentó huir, pero los brazos del demonio la sostenían con ahínco. Glibenka, a lo lejos, sonreía.
Hasta que Nelúa dejó de escuchar. Su entornó se nubló, su mente se quedó pasmada. Sólo su olfato le recordó la presencia del demonio. Su expresión aterrorizada, parecía la de una niña indefensa, repleta de miedo. Los gritos de Brisaela se escuchaban cada vez más fuertes: “¡Déjala, no te pertenece!”
Sin más, Nelúa desapareció en los brazos del ente. Un grito de terror salió de sus labios cuando se desvaneció.
Kelluth, con los ojos cerrados y lleno de gozo, aumentó de tamaño. Un halo rojizo se desprendió de su amorfo cuerpo. Abrió los párpados y oteó el reino de las brujas. Detuvo la mirada en Glibenka y dio unos pasos hacia ella. Una fuerte y poderosa voz retumbó en cada rincón del bosque:
–Ahora dime, bruja. ¿En qué puedo servirte?