Desperté adolorida. El recuerdo de Salomón besándome ocupó mis pensamientos, sentí un escalofrío recorrerme la espalda, se me erizó la piel y comenzó a faltarme el aire. Rememoré los gritos de placer de Irina y las fuertes embestidas de Salomón. Fingí no haberlo notado. Los había contemplado con recelo, pero en cuando los miraba más, mi excitación crecía y deseaba ser yo la que estuviese en lugar de la vampiresa. Enojada conmigo misma, giré la cabeza y dirigí mi atención al muro desnudo hallado a un costado mío. La imagen de ambos copulando se sustituyó por gemidos y gritos de placer. Maldije cien veces mi pensamiento; no podía controlarnos, no podía dejar de sentir esa lujuria que crecía con el paso de los días. Intenté relajarme, concentrarme en lo más importante: escapar. Miré hacia la puerta, reparé en la rendija por donde se colaba un hijo de luz. El desconcierto me inundó, no entendía qué era lo que querían de mí. Me preguntaba si habían llamado a mis padres para pedir recompensa. Si mis cuentas no fallaban, llevaba tres o cuatro días de encierro; las drogas no me permitían discernir con precisión el paso del tiempo, incluso había dejado de cuestionar mi ubicación.
Miré por la ventana, el sol se escondía en el horizonte colorando el cielo de colores rojizos. Cientos de pinos y enormes secuoyas rodeaban la casa. No habían construcciones cerca. Suspiré, ¿cómo alguien me encontraría en este lugar? Mi familia no tenía mucho dinero, nos iba bien, pero vivíamos modestamente, sin lujos ni grandes pretensiones. Mi mamá era antropóloga, pero se había retirado desde hacía tiempo, y mi papá, un reconocido psiquiatra que decidió jubilarse hace unos años. Ambos poseían una pequeña propiedad en Tulum, en dónde pasaban la mayor parte del año. De vez en cuando mi padre viajaba a la ciudad para ver pacientes.
Yo no tenía un lugar fijo, viajaba la mayor parte del tiempo y cuando regresaba, me quedaba en el departamento que había pertenecido a mis padres. Recuerdo bien, cuando conocí a Jorge, haberle dicho en una de nuestras conversaciones que quería llevarlo a Tulum a conocer a mis progenitores; unos días después amanecí encerrada en este lugar. Estaba preocupada, sobre todo por ellos; aunque no era su hija biológica, habían sido padres excepcionales.
Abrí la puerta y soltó un rechinido. La imagen de la vampiresa apareció en mi cabeza, su inquisitiva mirada diciéndome lo mucho que odiaba que estuviera ahí, su cara de sorpresa cuando Salomón comenzó a besarme. Otro escalofrío, ¿qué carajos me pasaba? Entonces rememoré cómo Salomón detuvo el ataque de la mujer con una fuerza invisible. Mi mente comenzó a recordar acontecimientos de un pasado no muy lejano; cuando miles de voces me decían que hacer, cuando cientos de imágenes me abordaban sin piedad: escenas de guerra, seres alados, del inicio de los tiempos. Parpadeé varias veces. Me invadió el miedo. No quería volver a vivir todo aquello, no podría soportarlo.

Maga de sangre La princesa de la luz. Muhad.