–Un sabio cuida la biblioteca –le había dicho el vidente-. Un sabio capaz de enseñar una magia poderosa y antigua.
De esa magia habían nacido las otras, y solo debía dominar los hechizos y el estado mental para controlarlas. Al inicio, a Fahur le pareció un cuento para críos y despachó al vidente. Al poco, retornó con una persona, tan alto como árbol en crecimiento y tan fuerte como un guerrero. Su porte era elegante y sus ojos tenaces. Anir recordaba bien esos ojos: uno negro, uno dorado. Había bondad y oscuridad en él, cómo en Fahur. El hechicero le mostró un poco de su magia, cortó una de sus manos con un cuchillo de mango corto y vertió la sangre en un cuenco con tierra, pepitas de plata y pelo del viejo perro de Fahur. Bastaron unas palabras para hacer aparecer al animal, jovial, sin dificultad para andar y rejuvenecido. El chico se impresionó tanto que le pidió repetir el hechizo. El hombre de ojos bicolor tomó un cuenco de madera con símbolos extraños tallados en él, y pidió a Fahur un mechón de su cabello. Después le ordenó orinar en el cuenco y verter un poco de su sangre. Así lo hizo.
–La magia puede consumirte –le explicó el mago misterioso–, puede matarte –agregó su propia sangre al cuenco–. Pero también puede rejuvenecerte.
Sus ojos se tornaron totalmente negros, después rojos. Fahur se cayó y convulsionó, expulsó un líquido verdoso de la boca y escupió sangre. El hechicero acercó su boca a la de él y vertió su saliva, obligando a Fahur a tragarla. Las sacudidas cedieron y el chico se levantó de un salto.
–Bienvenido a la verdadera magia, Fahur –le dijo haciendo una reverencia–. Ahora tienes que probarla.
Fahur suspiró y llamó con el pensamiento a sus guardianes. De inmediato acudieron, como siempre lo hacían. Les ordenó mover las ramas de un árbol y lo hicieron, les pidió llamar una parvada de cuervos y lo hicieron sin exigir nada a cambio. Fahur se sintió estúpido, su magia era la misma de antes, nada había cambiado. Así que le reclamó su charlatanería al hechicero misterioso. Este, a modo de respuesta, tomó con sus manos al perro viejo y le torció el cuello. Fahur soltó un grito.
–Ordénales que lo traigan a la vida –le pidió con una calma exasperante.
Él sabía que eso era imposible, pero lo hizo. El perro no tardó mucho en respirar de nuevo y mover la cola, emocionado. El mago misterioso sonrió con suficiencia.
–Ahora eres capaz de resucitar. Ven conmigo y aprenderás más.
Fahur lo miró directo a los ojos. Quería aprender y conocer secretos jamás develados. Incluso a sabiendas de la oscuridad que habitaba en el mago, lo acompañó y desapareció para siempre de la vida de Anir.