Obluk recorrió todo el bosque, no encontró más que animales solitarios buscando una fuente de comida. De vez en cuando se cruzaba con algún elegido que lo saludaba con miedo y se ocultaba detrás de los árboles. Sabía que Vaika debía estar cerca, un olor dulce inundaba el ambiente, el mismo olor que Obluk conoció cuando nació la princesa.
El corazón le dio un vuelco, después de tantos años sería capaz de tocarla, sentir su piel contra la suya, comer de sus lágrimas, respirar con su cuerpo. La unión de un ser de luz con un híbrido. La piel se le erizó y comenzó a recorrer con su mente la última imagen que tenía de la princesa: escondida, asustada, gritando una y otra vez el nombre del que la había resguardado en su seno. Pero Obluk no se sentía amenazado; el amor de ese hombre no se comparaba con el amor dual que él podría darle, el deseo, la fuerza, el poder. Obluk se sentía cada vez más poderoso, y eso le daba una gran ventaja sobre el hombre del desierto al que amaba Vaika.
De pronto la vio, vestida con una túnica color azul cielo, temblando, mirando los árboles como si fueran suyos. Ansiaba esa mirada, la deseaba más allá de abrir el portal.
–Princesa, por fin te he encontrado.
Vaika entrecerró los ojos, y puso sus dos manos frente a su cara.
–Largo de aquí –le dijo, temblando.
Obluk tomó su mano.
–Yo te protegeré, princesa. Seremos solo tú y yo, podemos repoblar otra estrella, ser los señores de la luz.
Vaika lo miró fijamente y abrió los ojos muy grandes
–Sabes bien lo que eso significa, la estrella más cercana es el sol, si usamos su núcleo como fuente de energía se acabará todo.
–¿Para que quieres que este planeta siga viviendo? ¿No te das cuenta lo que es? El agua está contaminada, hay pocos animales. Su fuerza ha disminuido, no hay mucho que hacer por ellos, Vaika, deberías dejarlos en paz.
–Puedo ayudarlos, adelantar el segundo día.
El segundo día, pensó Obluk, aquel en el que los condenados verán su suerte de nuevo. Soltó una carcajada
–No te has dado cuenta, mi querida princesa, que faltan cien años para que llegue ese día. Dudo mucho que la Tierra aguante todo ese tiempo.
Obluk se acercó su rostro al de la princesa y tomó su cara con ambas manos.
–Ven conmigo al mundo de luz, derroquemos juntos a mi padre.
–Jamás haría tal cosa, no dejaré a Aknar.
Obluk sacudió la cabeza y chasqueó la lengua.
–Ese amor es pasajero, princesa, el nuestro será por toda la eternidad.
Una oleada de recuerdos invadió a Vaika. La Tierra era el planeta donde había nacido, el planeta donde su madre había nacido. Si su madre había sido terrena, eso quería decir que ella podía volver a ser un ser de luz y, con la guía adecuada, Aknar podría serlo también.
–No me interesan tus planes, yo sabré como encontrar mi camino cuando vea a mi padre de nuevo
–Tu padre ha desaparecido princesa, al igual que Gavila
Vaika se quedó pasmada.
–No es verdad, mi padre sigue vivo, mi corazón me lo dice.
Un hombre alto y bien parecido apareció tras ellos. En una mano portaba un arma curva que brillaba con los últimos rayos de sol.
–Déjala en paz –le advirtió Aknar–. No te pertenece
–Me pertenece más que a ti, humano –respondió, despectivo.
Aknar entrecerró los ojos y contempló a Vaika.
–La princesa se irá conmigo al lugar donde nació –agregó Obluk, sonriente.
–No iré a ningún lado –dijo Vaika–. Mi lugar es aquí, en la Tierra.
–Ya la escuchaste idiota –Aknar dio un paso al frente y levantó su arma–. Vete por donde viniste.
Obluk se acercó a Aknar y desenvainó su espada. Aknar se quedó quieto y comenzó a invocar a sus guías de luz. Todo cambió de color, los árboles se tornaron rojos con destellos plateados, la tierra tembló, un lobo aulló a lo lejos y un caballo relinchó.
–¿Qué estás haciendo? –gritó Vaika –. Los destruirás a todos.
No era Aknar quien lo hacía, sino Obluk.
Obluk llevó ambos brazos al cielo, una energía intensa comenzó a apoderarse de todo. Aknar corrió hacia Vaika, la abrazó con fuerza
–Así esta descrito el día en el que los seres de luz bajarán del cielo para salvar a los elegidos –dijo Aknar.
–Obluk no es un ser de luz, es un híbrido.
–Pero al parecer tiene el poder para adelantar el día.
Los ojos de Vaika se tornaron amarillos, una energía intensa brotó de su pecho. Aknar salió disparado hasta caer a la orilla de un enorme árbol.
Vaika se abalanzó contra Obluk, quien reaccionó abriendo los brazos para recibirla. La princesa se encontró atrapada en los brazos del dual, luchando por zafarse. Aknar se levantó mareado y anduvo hacia Obluk.
–No hay nada que puedas hacer, beduino. Ahora me pertenece.
Obluk curvó los labios y enredó sus brazos sobre el cuerpo de Vaika. Una puerta incandescente apareció entre los arbustos. Este caminó hacia ella y desapareció junto con Vaika en medio del hermoso bosque de los boruntos.

Mendrugo, su historia. El guardián de las sombras. Capítulo 1