Robó uno de los pergaminos sagrados que contenía todos los secretos para liberar a las criaturas e invocar a las sombras; sabía la maldad encontrada en ellas, pero no le importó, el amor por ella lo valía.

En el cielo se entremezclaban los colores del atardecer, algunas estrellas comenzaban a decorarlo. La media luna de fuego se hacía más nítida mientras el sol se escondía en el horizonte. Kieran se detuvo y observó el intenso color de la luna, más roja que nunca, como la sangre que corría ahora en el mundo. Se encontraba en el punto más alto de su hogar, una montaña a más de ocho mil metros de altura, en donde los guardianes construyeron sus fortalezas desde el inicio de los tiempos. El aire soplaba con violencia, incluso siendo un guardián debía tener cuidado de no caer al abismo.
Kieran permaneció en su lugar hasta esconderse el sol; esperó a que todos durmieran, algunos nidos estaban vacíos: sus dueños se encontraban en servicio y no volverían hasta el siguiente amanecer, el resto se iría a descansar en breve.
Los guardianes habían estado muy ocupados en los últimos días, diversas rebeliones en el mundo de los xelmanos los mantenían atentos a la sangre y muerte de las distintas razas.
Kieran dirigió la mirada hacia la enorme sala de audiencias, levantada sobre terreno rocoso, hecha de fuertes troncos tallados con runas vigilantes y protectoras. No sería difícil de engañar al que resguardaba la entrada; en algunas ocasiones Kieran le había ayudado a hacer guardia, sería sencillo ofrecérselo y, de esa manera, tener el acceso al principal edificio de su reino.
Tal cual lo predijo, el vigilante accedió a concederle la guardia de la sala de audiencia, alegó que en los últimos días no había dormido nada gracias a las múltiples reuniones de los consejeros. Kieran lo sabía, él estuvo en cada una de ellas.
Una vez que el hombre se retiró, Kieran posó una mano sobre la puerta y pronunció las palabras, propias de un mago, para abrirla. El portón soltó un rechinido, el guardián giró la cabeza hacia ambos lados para asegurarse de no haber sido escuchado. La entrada principal daba acceso a la sala en donde se llevaban a cabo todas las reuniones; la tenue luz de las antorchas iluminaba sus paredes de treinta metros de altura, tapizadas de libros que contenían la sabiduría del mundo.
Necesitaba consultar los documentos sagrados. No todos tenían acceso a ellos, solo los que estaban en contacto con los altos mandos, los miembros del consejo y los magos.
En el centro se ubicaba una mesa rectangular con ocho sillas alrededor. Cuatro de ellas les correspondían a los altos gobernantes, las otras cuatro a sus aprendices, o, en el caso de Kieran, a los segundos en mando. Cada gobernante escogía a un guardián al que trasmitirían el conocimiento necesario para que en un futuro ocupara su lugar. Kieran era el aprendiz de Zhect, el guardián con mayor jerarquía del reino. Zhect se hacía cargo de la rebelión que se llevaba a cabo en los territorios xemlanos, una rebelión que había comenzado gracias a ella, su amada Rania.

Obluk encuentra a Vaika Maga de Sangre. Capítulo 1