Han pasado once años… Todo este tiempo acompañada de una hermosa perra mezcla de husky con pastor alemán (creo).
–¿Qué raza es? –me preguntaban en la calle.
Me cansé de decir mestiza, les juro que mucha gente no entendía ese concepto. En general, se ubica a un perro de la calle como algo feo o convencional, nada hermoso (para mí todos son hermosos). Y Maya lo era…
–Pastor siberiano –contestaba con seguridad.
La halagaban siempre, porque la belleza, la mayoría de las veces, causa impresión. Además, el porte y la energía de mi perra imponían, de la misma manera que impone un caballo grande y manso.
Incluso cuándo la veía no podía creer lo bonita que era (se lo decía siempre). La perfección de sus ojos, incluso de sus enormes orejas de murciélago, totalmente desproporcionadas. Parte lobo, parte perro (ya saben que amo a los lobos).
Se llamó primero Clover, porque su carita parecía un trébol de tres hojas. De inmediato supe lo significaba: suerte.
Yo la llamé Maya, no recuerdo la razón, simplemente me gustaba el nombre. Koba (su mamá) fue encontrada en una vecindad en Iztapalapa junto con sus cachorros recién nacidos. Alguien llamó a la perrera para que fuera por ella, pero una asociación la salvó y los puso a todos en adopción. Cuando hablé para pedir informes, después de ver su foto en la página de internet, supe que Maya era la única cachorra que no había sido adoptada (junto con Koba). Estuvo en dos hogares que tenían gatos y ella los perseguía. Ya la habían regresado dos veces; eso me partió más el corazón.
Las adopté a ambas. En aquel entonces estaba casada y mi marido no quería a dos perros (incluso no estaba convencido de tener uno). Así que… bueno, manipulé un poco el tema. Cuando fuimos por ellas no le dije que me llevaría también a Koba (obviamente ya había quedado con la señora de la asociación que me la llevaría); tenía fe en que se enamorara de ella.
No le pareció mucho.
Al final me salí con la mía y no me arrepiento ningún momento de haberlo hecho. Ellas se quedaron y, un año después, él se fue. Cuando partió, recuerdo que lloró por Maya. Al final se encariñó con ella, como la mayoría de los que la habían conocido.
La tuve desde los cuatro meses. A mi Koba la intentaré dejar fuera de esta historia. Me cuesta hacerlo porque es su mamá y crecieron juntas.
Pero este relato trata de ella.
Es difícil narrar once años de vivencias, es complicado recordar todas sus travesuras. Lo que es fácil es sentir todo el amor que te dio y todo el sufrimiento que te provocó saberla enferma.
Hace tres semanas supe que tenía un sarcoma. Tres semanas que parecen años.
No sé si les ha pasado, cuando ves a los ojos a alguien (animal o persona) y percibes que la conoces de otro lado, en otra vida quizás, o en otro plano. Una sensación extraña y poco creíble, porque estamos acostumbrados a los corpóreo, a lo real, y pocas veces creemos en el alma. Incluso el alma de los animales puede ser más antigua que la nuestra, más sabia, y por supuesto, más pura. Los animales poseen una espiritualidad que aún no comprendemos, pero cuando nos abrimos un poco a ella, descubrimos cosas increíbles.
Con Maya tuve una conexión instantánea. Al ver su foto, con esos ojos expresivos, tiernos. Incluso parecía que hablaba a través de su imagen: “Adóptame, necesito un hogar.”
Los perros nos escogen a nosotros, nos llaman de formas incomprensibles. Incluso a través de su imagen sabía que debía criarla, llevarla conmigo. No la conocía y jamás dudé en formar una familia con ella.
Me enamoré y supe de inmediato que la quería. No solo como posesión, porque al decir mi perra, es como si nos perteneciera, sino como compañera, amiga, confidente.
Ya sé, los perros no hablan, pero se comunican a un nivel que aun no comprendemos. Nos entienden, nos estudian, saben nuestros sentimientos y su nobleza es algo que en ningún otro lado podemos encontrar (en otros animales quizá).
Mi hermosa Maya.
Hace dos semanas que partió de esta Tierra. Su muerte me provoca el dolor más grande que jamás haya sentido. Cuando creas un lazo con un animal y realmente se vuelve parte de tu familia, también se vuelve parte de ti.
Maya siempre será parte de mí. Su partida se llevó un pedazo mío: un vacío que no lo llenará nada ni nadie.
No tengo palabras para explicarles cuanto la quise. Para describirles en este escrito el dolor, la perdida, la desesperanza. Todos hemos perdido a alguien que realmente amábamos, todos hemos sufrido el pesar y el vacío que ese ser deja en nuestras vidas. Los que somos más sensibles, sufrimos ese sentimiento más intenso, más profundo. Si hemos tenido la fortuna de vincularnos con un animal, esa pérdida puede ser fuerte, mucho más que cualquier otra; los que actualmente poseen esa conexión entenderán lo que siento.
Maya me amó incondicionalmente, me acompañó en los años más difíciles de mi vida. Vivió conmigo cosas duras, otras felices, pero siempre conmigo. Qué les puedo decir….
–Te veo a través de los ojos de Koba –le digo aunque ya no esté.
Miro sus fotos todos los días, que colgué debajo de sus cenizas, una caja negra con una huellita al frente. Una caja negra… Típico de los humanos. Los perros son luz, amor, esperanza. “No merece una caja negra”, me dije cuando me la dieron, “merece una caja llena de color.”
Maya fue vida y agradezco al universo habérmela puesto en mi camino.
Nunca olvidaré esa sonrisa que me despertó cada mañana, esos ojos delineados y perfectos color avellana. Sus patas enormes y largas, su oreja gacha. Jamás se me irá de la cabeza su imagen al estar sentada frente a la ventana, viendo a los árboles, o esperando a sus presas (amaba cazar).
Mi casa está llena de recuerdos. Pañales (tenía incontinencia desde pequeña, después de haberla esterilizado), bufandas (que usaba para amarrarle el pañal). ¡Si la hubieran visto! Cada vez que lo veía se ponía junto a la cama, resignada. Nunca luchó y se dejaba sin problema. Por desgracia, se lo dejé de poner cuándo ya no se subía a mi cama. Yo pensé que no lo hacía porque Mendrugo, el alfa de la manada, se dormía a mi lado. Tiempo después comprendí que le dolía la cadera (en su última tomografía le diagnosticaron displasia).
Le prometí inmortalizarla. Siempre he tenido esa maña, pero jamás se lo había dicho directamente. A mi pesar, se lo dije cuándo corrí al veterinario, al avisarme que había abandonado esta Tierra: el viernes once de mayo a las seis de la mañana.
Quería verla por última vez. La abracé como siempre lo hacía, le dije lo mucho que la amaba.
–Si decides regresar y escogerme a mí, te esperaré con los brazos abiertos. Si no, te veré cuando llegue mi tiempo, mi nena hermosa, nos volveremos a encontrar.
Me faltaba el aire, pero me quedé con ella. Dos amigos, Kike y Andrea, me acompañaron y agradezco infinitamente su apoyo durante ese duro momento. Estuve cuatro horas ahí, cuatro horas que me parecieron poco.
Llega un momento en que debes entender y dejarla ir.
Un día antes de su cirugía (murió cinco días después), la llevé junto con Koba y Clau, mi gran amiga y amante de los perros, a dar un largo paseo. Estuvimos todo el día…. En el fondo de mi alma sabía que sería la última vez que pasearía con ella, la última vez que podría oler a otros perros, ver gente, escuchar los halagos y recibir las caricias de desconocidos. Por desgracia tenía razón.
Siempre tuve miedo que ella fuera la que partiera primero. Amo a todos mis perros como no tienen idea, pero ella era especial.
Todo mi amor maternal lo he vertido en mis animales. Con Maya, el corazón se me derretía cada vez que la miraba.
Mi pequeña cazadora, mi alma gemela.
Es curioso, porque para decirle a una persona que la amamos, nos toma tiempo. En cambio, a un animal podemos amarlo desde el primer momento en el que lo vemos. ¿Cómo explicamos esto? Porque su amor es inmediato hacia nosotros. Nos leen, nos sienten... No tienen que cuestionarse como nosotros, no involucran cientos de factores para decidir si amamos o no a alguien, para saber si nos conviene o no. Ellos nos dan sin pedir nada a cambio. Dependen de nosotros, lo único que piden es alimento y amor.
Maya siempre tuvo amor. No tengo nada de que arrepentirme porque hice todo por ella. Al inicio me culpé por haberla sometido a una cirugía tan grande, pero al final entendí que no era mi culpa, ni de nadie más. Hay cosas que se salen de nuestro control. Ni con toda la energía positiva del mundo, ni con todas las sanaciones del alma, podremos evitar lo inevitable: el deseo de partir. Un deseo que debemos respetar en todos los seres vivos.
Maya fue un regalo hermoso. Me salvó de muchas cosas, me cuidó y, con una mirada parecía decirme: “Estoy contigo, lo entiendo, todo estará bien.”
Me dejó grandes enseñanzas. Cuando te unes de esa forma a un animal, descubres que son grandes maestros.
El penúltimo día que la vi estaba muy inquieta. No sabía cómo calmarla así que le comencé a cantar una canción que siempre relacioné con ella.
–Something in your eyes, makes me want to lose myself, makes me want to lose myself, in your arms. There's something in your voice, makes my heart beat fast, hope this feeling lasts, the rest of my life. If you knew how lonely my life has been, and how long I've been so alone. If you knew how I wanted someone to come along, and change my life the way you've done…
Se tranquilizó y se quedó dormida con la cabeza apoyada sobre mis pies. Una canción que le había cantado antes (no tanto como hubiese querido), y que, para mí, refleja lo que ella sentía por mí y yo por ella. Como si me la hubiera cantado desde el momento en que decidí adoptarla, desde el momento que me escogió a mí.
Antes de que esto sucediera, hace un poco más de un año, empecé a inmortalizarla.
En mi última novela, creé un animal llamado felux. Este hermoso animal, tiene una conexión muy especial con la protagonista. Una conexión basada en otra vida, en donde la protagonista no era maga y la felux no era felux. En donde ambas habitaban la Primera Tierra, nuestra Tierra. La maga siendo humana y la felux, una hermosa perra mezcla de husky con algo más. Ambas se reencuentran en otra vida, en otro plano y en otro cuerpo, un mundo al que sólo se puede acceder a través de la reencarnación. Pero se reconocen, se saben amigas. La felux sabe bien quien es la maga, y la chica siente algo especial por la felux.
Es curioso, porque Maya está inmortalizada a través de un felux. Una hembra felux que salva a la protagonista de ella misma, de su magia, su poder y destrucción.
Le debo tanto…
Su sonrisa, sus ojos, sus juegos. Incluso me rio de todo lo que destruyó y me obligó a reconstruir: zapatos, bolsas, tapetes, alfombras, sillones, libros (muchísimos), lentes; creo que no acabaría si sigo.
Incluso hace poco se quedó encerrada en la alacena. Por supuesto que yo no estaba. Al llegar y no encontrarla, casi me da un infarto. Después, un chillido suave me llevó hacia ahí. Cuando logré abrir la puerta, mi hermosa Maya se hallaba llena de leche, con las patas verdes (mordió una bolsa de té verde) y sobre el peor desastre que he visto en mi vida.
Eso siempre tuvo mi Maya, un poco de cachorra, un poco de lobo. Sí, amaba cazar. Odié cada vez que lo hizo, su instinto lobuno le ganaba. Ya el número de tlacuaches era incontable, algunos los salvé, otros… bueno, mejor ni les digo. Fue la cazadora número uno de la manada.
–¿Por qué hiciste esto? –la regañaba señalando la falta (el tlacuache).
Ella contestaba con esa sonrisa que derrite a cualquiera. Era imposible no sonreírle de regreso, limpiar su lío y un tiempito después, darle un premio. No vayan a pensar que la incité a cazar dándole premios, siempre me esperé un poquito: a que se me pasara el asombro y a que ella no lo viera como algo positivo. Pobres animalitos, tampoco tienen la culpa de estar en el lugar y en el momento inadecuado. Al final, los perros son perros (y eso es lo más increíble de ellos) y el instinto es el instinto.
Una vez, en uno de esos increíbles temblores que nos agarran a los chilangos, salí disparada de la cama (eran como las doce de la noche). Mi reacción fue tirarme encima de ella. Existía el riesgo de que nos cayera un candelabro gigantesco, porque el resto de mis perros estaban en diferentes esquinas de mi cuarto, más a salvo que Maya.
Muchos pensarán: tu vida es más importante, el perro es viejo, no vivirá mucho, es solo un perro… Yo me dejo llevar por el corazón. En ese momento debía proteger lo que más quiero. Muchas veces, en esos estados de estrés extremo, es cuando tu verdadero cariño sale a la luz.
Siempre tuve miedo de quererla tanto, porque sabía que tarde o temprano llegaría el día de verla vieja, agotada, con achaques.
El tiempo pasa demasiado rápido. Tanto, que cuando miras a tu cachorra, ya vieja y cansada, es cuándo reflexionas, recuerdas y añoras el pasado. No porque quisiera regresar a él, sino para rejuvenecerla a ella.
Mi sueño desde pequeña era hablar con los animales. Lo que he descubierto a lo largo de los años, al convivir con ella y con el resto de mis perros, es que la comunicación existe entre diferentes razas, solo tenemos que abrirnos a ella.
Apenas hace una semana pude decirle adiós. Le escribí una carta, la quemé y la soplé al viento. Miré su foto por mucho tiempo, la abracé y le canté su canción (Feels like home). Lloré como nunca y le pedí perdón por todo lo que no hice, por lo que hice que la pudiera lastimar y por no haber podido aceptar que aun estaría conmigo, aunque no pudiera abrazarla ni ver esos hermosos ojos expresivos: la ventana de su alma. Le di las gracias y sembré un árbol en su nombre, un precioso y pequeño ficus con hojas amarillo-verdosas. El único árbol que sobresale en el patio de mi casa. Maya era luz, y como tal, merecía que la honrara y la despidiera como hacemos con nuestros familiares y amigos.
Gracias, mi pequeña, por haberme dado tantos momentos de alegría. Gracias, por encontrarme en un momento difícil, por darme la inspiración y ganas de escribir, por querer transmitir en mis novelas el amor y la comunicación con seres tan hermosos como ustedes. Gracias, por estar a mi lado en los peores momentos, por sonreírme todos los días y llenar de alegría mis mañanas. Gracias, por traer a mi vida esperanza, juegos y destrozos. Gracias, por vivir conmigo once años, pocos para nosotros, pero para ustedes, almas hermosas, suficientes para enseñarnos todo lo que debemos aprender. Gracias, por enviarme, dos meses antes de tu partida, a una cachorra hermosa; por amar a Koba y a Mendrugo; en especial a Koba, a la que querías con todo tu corazón. Gracias, por verme a los ojos y comunicarme tanto, por entender mis palabras. Sobre todo: Gracias por haberme escogido y guiado durante estos once años.
Hasta pronto, mi hermosa loba, mi perrota fiel, mi pan de Dios. Tu legado es el amor, y prometo darlo de la misma forma que tú me lo diste a mí.
En un mundo paralelo, al que no tenemos acceso consciente, te encontraré de nuevo. Donde las estrellas brillan y el sol ilumina los campos, donde el amor prevalece y el dolor no tiene cabida. Ahí, mi perra hermosa, viviremos por siempre, en compañía de todos aquellos que nos quisieron y nos amaron durante nuestros días en la Tierra.
“Feliz encuentro, feliz partida, feliz reencuentro.”
En memoria a Maya
2007-2018
One thought on “Mi Maya, mi alma gemela.”
Beatriz
Luchi me hiciste llorar
Que hermosa relación con tu niña
Con tu escrito acabo de entender porque muchas personas prefieren a sus cachorros que a los hijos
Besos hermosa Escritora