Yazván le contó a Kouzel sobre la Primera Tierra. Le dijo la forma de contactar a sus espíritus y a los hechiceros de ese mundo. Usualmente les pedían algo a cambio y él lo hacía para obtener su poder. Aunque no todos los hechiceros de la Primera Tierra buscaban ese tipo de ayuda ni hacían algo similar a la magia de sangre. Así que debía aprender a indentificarlos a través de diversos rituales. Fue entonces que preparó el altar. Ya había capturado a un ave que sacrificarían para acceder a esa dimensión.​​ 

Kouzel contempló con curiosidad el arreglo: el ave estaba en una jaula, asustada. Sintió lástima por ella, pero su ansia de sangre era mayor. Su cuerpo le pedía probarla para aumentar su poder. No se alimentaba de ella, como pensó en un principio, pero cada sacrificio le daba fuerza. Al centro, el altar se iluminaba por un cirio negro grabado con símbolos que asimilaban letras. A su alrededor, un cráneo de ave, un incienso, agua, sal negra y una daga. También había un recipiente de metal adornado con la cabeza de un águila. El Sabio acomodó los símbolos de los cuatro elementos en la periferia del altar. Uno a uno, invocó a los guardianes de los puntos cardinales y le pidió a Kouzel acercarse y memorizar las palabras. Al terminar, se acercó al altar.​​ 

–Mira la flama y dime lo que ves.​​ 

Kouzel lo hizo. Poco a poco la llama fue formando siluetas hasta que vio con claridad a una mujer con un turbante rojo en su cabeza y ataviada con una túnica blanca. Dos gallos negros se hallaban al centro del pequeño lugar en donde se encontraba. Un joven, de no más de doce años, inmovilizó a una de las aves mientras la mujer se acercaba con un cuchillo filoso con el que le cortó el cuello al gallo y recoletó su sangre. Con el dedo indíce, marcó una cruz en su rostro y vertió el resto en la cabeza del chico. El sonido de los tambores inhundó el espacio. De inmediato la hechicera entró en trance; habló en un idioma extraño, cerró los ojos y esperó.​​ 

–Ahora –le ordenó el Sabio–. Debes matar al ave.​​ 

Ella lo miró, horrorizada. No deseaba hacerlo, pero lo necesitaba. Así que tomó al animal y le seccionó el cuello. Su sangre la vertió en el recipiente de metal e hizo lo mismo que la bruja de la Primera Tierra. Solo que ella marcó un pentáculo en su rostro y vertió la sangre en su cabeza. Un calor agradable la inundó mientras bebía el resto. El poder creció en ella, delicioso, oscuro. Las ganas de matar se incrementaron, la ira se hizo grande, un extraño odio se formó en sus entrañas. Un resentimiento intenso contra Novak, contra Hullen y Jonás, que le ocultaron durante años su verdadero poder. Y el sentimiento de extrañar a Nickza aumentó, recordó su mirada, su ayuda con las pesadillas, su cariño incondicional. Un inmenso vacío se formó en su vientre mientras el poder crecía, inexorable. Comenzó a temblar. Se dejó caer y las lágrimas salieron de sus ojos. Sus sollozos crecieron junto con los temblores, sus iris se tornaron negros y los espirales de sus pupilas giraron a gran velocidad. La imagen de su muerte en la Primera Tierra apareció en su mente: el dolor, las flamas, la agonía. La ausencia de su amado, el miedo a perderlo y a no volverlo a ver. La preocupación al dejar a su perra sola, indefensa. Se desvaneció.​​ 

No supo cuanto tiempo había pasado. Se sentía mejor y las visones habían desaparecido.​​ 

–Tu energía se drena al cumplir los deseos de los hechiceros de la Primera Tierra. La sangre te reconforta y te da poder. Poco a poco te irás acostumbrando.​​ 

Ella sacudió la cabeza. Las visiones se habían ido, pero no los sentimientos que tuvo durante el ritual.

–Fahur ha ubicado a una célula de magos en las montañas a unas horas de aquí. Debemos ir. Tienen que conocerte y hay que convencerlos de unirse a nosotros.

Yazván sabía también que un grupo de sámbalos estaba detrás de los magos. Él permitiría que algunos perecieran para convencer a Kouzel de ayudarlos.​​ 

–Ya te lo he dicho, no es mi guerra.​​ 

En el fondo Kouzel sabía que debía volver a su tierra, con Hullen, Jonás y Nickza. Su poder crecía y le resultaba delicioso. Sin embargo, no pertencía a la montaña oráculo y no sería la sierva de Yazván.​​ 

–Es el último favor que te pido.​​ 

Kouzel se quedó en silencio, pensativa. Tampoco era mala idea conocer a otros como ella.

–Bien, pero después me iré.​​ 

El Sabio asintió y sonrió.​​ 

 

 

 

 

 

Maga de sangre. Novak y Kouzel La princesa de la luz. Capítulo 1