Acabo de poner la última piedra cuando el sol se eclipsa por unas nubes densas que amenazan la llegada de una fuerte tormenta. Es medio día y agradezco el viento frío que proviene de la montaña. Estoy cansado y devastado. Su pérdida me envuelve, su ausencia me produce tal desasosiego que no creo ser capaz de superarla. Mi dulce Jules. No merecía morir por mi causa. La culpa me inunda, inexorable. Sé que la única manera de mitigar mi dolor es vengándola. El viento se hace más fuerte, remolinos de arena se levantan en el horizonte. Los miro. Podría quedarme aquí y esperar mi muerte. Una tormenta así me dejaría sin aliento, la arena se metería en mis pulmones hasta cesar de respirar. Pero entonces no podré vengarla. Lo peor es que tengo que dejarla aquí, al cobijo del sol del desierto, de las tormentas y del abrumador calor. No puedo llevarla conmigo, me esperan dos días de camino al pueblo de Haspe. Sospecho que los asesinos se hallan ahí, resguardados bajo las grandes murallas, impenetrables para los forasteros. Una ciudad fortificada de los guayules, la raza más peligrosa de este mundo. Agradezco a mis dioses conocer a su fundador, de lo contrario, me sería imposible entrar. Sostengo en una mano el dije de Jules, un hermoso amuleto ++regalado por su madre; la bruja más poderosa que jamás existió y la última de su especie. Nunca supimos adonde fue, por qué huyó. Jules siempre creyó que su madre la protegía desde la distancia usando sus conjuros incorruptibles. Debo encontrarla y contarle lo sucedido, aunque es probable que ya lo sepa. No será una tarea fácil. Las brujas dejaron de existir hace más de cincuenta años, aniquiladas por la raza híbrida, los guayules. Una raza creada por el humano. Les tomó años llegar a la mezcla perfecta donde genes de animales fueron reunidos para darles fuerza, inteligencia y poder. Es el ejército que pertenece a nuestro actual gobierno, el ahora gobierno globalizado. Un gobernante para todos los continentes con la función de mantener el estado de paz. Un líder estúpido y ambicioso, científico, genio: el creador de los guayul. Suelto un fuerte suspiro mientras me arrodillo junto a su sencilla tumba. La beso por última vez y las lágrimas se escurren de mis ojos y mojan la piedra debajo de la cual se encuentra su cabeza. Sollozo sin descanso, me falta el aire y el vacío en mi estómago se acentúa. Si tuviera pintura, dibujaría el símbolo de nuestra casa, el que usamos para invocar a los dioses del inframundo. De esa manera protegería su alma, su paso al otro mundo estaría asegurado. Más culpa por no poder hacerlo. Rememoro a su guía, aquel que Jules decía le daba mensajes y la cuidaba. Drazadiel. Confío es su poder y en que ayude a mi niña en su paso al más allá.
–Te volveré a ver, dulce Jules.
Me incorporo y tomo mi raída mochila del suelo, sacudo la arena y me la cuelgo en la espalda.
–Te juro que vengaré tu muerte y encontraré a la Gran Bruja.
Viro y camino en sentido contrario del origen de la tormenta. Las lágrimas aun salen de mis ojos. Nunca lloro, pero esta vez comprendo que cuando te arrebatan lo más querido, lo único que queda es llorar, y después, la venganza.